Mirándome en un espejo, puedo afirmar que los hombres somos maestros en el arte de encontrar razones para justificarnos.
El primero yo, naturalmente!
Siempre tenemos a mano un motivo para explicar por qué dejamos de cumplir una obligación o para disculparnos por no haberla ejecutado.
Me explico: Cuando me encuentro ante la evidencia de que puedo ayudar en una necesidad, del tipo que sea, comienzo a plantearme varias situaciones.
Algunas casi inconfesables: Esta gente, que hará con lo que les entregue? Lo dedicarán para el fin que reclaman o lo distraerán en otro tipo de cosas?
El argumento en este caso está relacionado con la honradez o la eficacia de los administradores de la ayuda que estoy en condiciones de entregar.
Y Jesús?
El otro argumento que utilizo está relacionado con mi propio bienestar. Y si en algún momento preciso este dinerito?
Y el Proveedor?
Y hay otro más, entre los frecuentes que me planteo: Será verdad que tienen esta necesidad o es una forma que utilizan para sacarme una ofrenda?
Y el Amor y la Misericordia?
No hay respuestas para estas preguntas. Pero si hay una afirmación que me hago: En realidad estoy enfermo del espíritu de la mezquindad!
Cuando actúo de esta manera, siempre pienso que he permitido mi corazón está dominado por los peores sentimientos que puede albergar un ser humano.
La mano se abre porque recibe instrucciones del cerebro, y el cerebro recibe órdenes de nuestra mente y nuestra mente del corazón.
Oremos para que nuestra mano se abra por el mandato del corazón!
Recordando siempre a Jesús!
Esdras 1:6
Diego Acosta
Música: Neide Ferreira