Los hombres somos capaces de fabricar muchas cosas, algunas más útiles que otras, algunas más peligrosas que otras.
Pero entre todo aquello que seamos capaces de fabricar los hombres, no hay nada más significativo que el de hacer o hacerse ídolos.
La Palabra de Dios nos habla de aquellos que son hechos de oro y de plata, es decir hechos con metales preciosos y que por lo tanto tienen valor material en sí mismos.
Los hombres dedicamos esfuerzo y talento para conferirle valor a algo que nosotros mismos hemos creado. Ese valor que le conferimos es tan alto, que somos capaces de adorarlo.
Podemos imaginar algo más absurdo?
Yo me fabrico mi ídolo y luego le rindo pleitesía!
Tal vez sea esta una de las formas más elevadas de la irracionalidad con la que los humanos nos comportamos, intentando que algo ocupe un lugar importante en nuestra vida, aunque hayamos sido nosotros mismos sus creadores.
Mis ídolos pueden ser personas, cosas, amuletos o similares, pero ninguno de ellos puede tener el valor que les asigno.
Los hombres nos engañarán, las cosas se romperán o las perderemos y los amuletos, tarde o temprano comprobaremos su inutilidad.
Me puedo arrodillar ante una obra humana?
No me verá, no me escuchará y por supuesto no advertirá en qué situación me encuentro frente a ella. Es simplemente una creación de buena o mala calidad, pero siempre inanimada.
Oremos para luchar con nuestra propia mente! Oremos para que la idolatría nunca sustituya nuestra necesidad de acercarnos a lo verdadero.
A aquello que no vemos, pero que es real. Que nos verá, nos escuchará, algo que solamente Dios puede hacer!
Salmo 135:15-18
Diego Acosta / Neide Ferreira