Algunas personas parecen habitar en el mundo de la grandilocuencia, donde todo es supuestamente trascendente. Tanto en lo que dicen como en lo que hacen y por la importancia que ellos mismos se otorgan.
Esa grandilocuencia los aleja del mundo real al que solo parecemos pertenecer los seres que no estamos en esa dimensión de grandiosidad y magnificencia.
Son los grandes portadores de mensajes, con grandes templos y grandes congregaciones que parecen competir por quién es el mayor y por quién es el más influyente.
Pero y el Señor y su mensaje? Tristemente pareciera que para muchos de estos grandilocuentes hombres, es más importante el mensajero que el mensaje, trastocando el orden natural de las cosas.
Por eso frente a esta grandilocuencia nos queda recordar el ministerio terrenal de Jesús, que no tuvo donde recostar su cabeza.
Jesús nunca fue grandilocuente sino que fue auténticamente trascendente y en eso radica la enorme diferencia con los hombres que pensamos que lo podemos superar con nuestros logros materiales.
Volver a Jesús a su grandiosa e incomparable humildad nos acercará también a los pequeños gestos que sumados día tras día pueden hacer que podamos decir que hemos servido y no nos hemos servido.
Proverbios 15:33
Diego Acosta García