Los hijos son un preciado tesoro que se ha puesto en nuestras manos para que los cuidemos y los guiemos, pensando que serán ellos quienes nos sucedan como futuras generaciones.
La guía y el cuidado han cambiado según los tiempos pero nunca han dejado de ser una alta responsabilidad que debemos asumir con amor y sabiduría.
Los adelantos tecnológicos han puesto a nuestros hijos en el medio de una auténtica marejada de productos de todo tipo, que los influyen y los llevan a tener determinados comportamientos.
Los más simples y elementales cuidados nos deberían hacer preocupar por todo lo que llega a nuestros hijos, por todo lo que ven y por todo lo que oyen, así como nuestros padres hicieron con nosotros.
Ser desaprensivos en el ejercicio de nuestras obligaciones y tolerantes por comodidad o complacientes por mantener una supuesta armonía, nos pueden llevar a situaciones imprevisibles.
Especialmente cuando nuestros niños no tienen la capacidad de discernir por sí mismos acerca de lo que está bien o de lo que está mal, es decir con relación al bien y al mal.
El Señor Jesús dijo que debemos dejar que los niños se acerquen a Él y ese mandato establece que no ignoremos que Él es quién los recibe y es a Él a quién debemos de tener como referencia para nuestros hijos.
2 Timoteo 3:14-15
Diego Acosta García