HAMBRE

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Esta mañana escuché hablar del dolor que se produce en el estómago, cuando la falta de alimentos comienza a afectar el cuerpo humano.

Dolor?

El hambre produce dolor?

Esta fue la primera reacción, olvidando que alguna vez padecí el hambre, no por falta de recursos sino por las circunstancias en las que me encontraba.

Pero al oír la palabra dolor asociada con el hambre, recordé a Jesús, cuando siempre se preocupó de las personas que no tenían que comer.

Alguien podrá argumentar que el hambre espiritual es más grave que el hambre corporal. Es grave sí, pero el hambre que se padece en el estómago es de una tremenda gravedad.

Me pregunté: Que hago yo con el tema del hambre?

La respuesta fue y es desoladora: Nada!

No he hecho nada en el pasado y tampoco en el presente, como no sea tratar de imaginar lo que debe ser vivir con hambre, día tras día.

Jesús se preocupó de quienes tenían hambre, porque ÉL siendo Dios conoce nuestras necesidades más elementales.

Sabe que para enseñar los conocimientos profundos en el Espíritu, es necesario saciar el hambre primario, el del cuerpo…

Lo cierto es que desde que oí hablar del hambre, me hice el propósito de hablar del hambre…Como una forma de contribuir a la Misericordia hacia quienes menos tienen o no tienen nada.

Cada vez que negamos la ayuda a alguien con hambre, le estamos negando alimento a Jesús, tal y como ÉL mismo nos enseñó.

Si cada uno de nosotros se sacudiera la indiferencia que nos domina, tal vez comenzaría realmente la lucha contra el hambre.

Mateo 25:42

Diego Acosta / Neide Ferreira

www.septimomilenio.com

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