Que doloroso resulta ver como hombres y mujeres resultan heridos en las congregaciones a las que en algún momento asistieron y luego abandonan no solo a la Iglesia, sino también a Dios.
Este apartarse del Eterno es el que resulta más grave porque deja a las personas con serias heridas y prácticamente sin ninguna posibilidad de ser sanadas.
Observando algunos casos se percibe la profundidad de la herida y la dificultad que entraña el intento de restaurar con palabras, los daños que fueron provocados por hechos y circunstancias difíciles de entender.
Junto con el dolor por los heridos nace la preocupación por los heridores, quienes voluntariamente o no, obraron con prepotencia, con despotismo, sin equidad y sin valorar que las vidas maltratadas son amadas por el Señor.
La preocupación por quienes finalmente resultaron maltratadores es grande porque nos sabemos que un día irán a Juicio, como todos, y tendrán que responder por sus hechos.
Es necesario reflexionar sobre estas cuestiones pues comienzan a ser preocupantes por el número de afectados y por el tiempo en que vivimos, donde alejarse de Dios no es la mejor decisión.
Oremos por los heridos en las Iglesias y porque haya personas que puedan sanar a quienes en su dolor no encontraron otro camino que apartarse de la Iglesia del Señor y del propio Señor.
Isaías 57:19
Diego Acosta García