DEVOCIONAL
En mis primeros tiempos de creyente, recibí una lección inolvidable relacionada con la actitud de mí corazón cuando debía recibí una ayuda que me era muy importante.
Una amada y respetada maestra me dijo que había que ser humilde para recibir y de no estar al borde de la angustia al declarar que verdaderamente era incapaz de solventar un problema.
Fue un duro golpe a mi orgullo y vanidad, de poderlo todo y a partir de ese momento comenzó el largo proceso para comprender que nada somos sin la presencia de Dios en nuestra vida.
No basta con sentirse poderoso o tan fuerte como para ser capaz de enfrentar situaciones difíciles. Ese día comencé el aprendizaje de la humildad.
Y finalmente recibí la ayuda, con la mano abierta dando las gracias por la generosidad de quién ponía a mi alcance la tan necesitada solución.
Salmo 33:20
Nuestra alma espera a Jehová; Nuestra ayuda y nuestro escudo es él.
Diego Acosta / Neide Ferreira