Desde el becerro de oro que los judíos pidieron a Aaron que construyera mientras su hermano Moisés estaba en el Monte, existen múltiples formas de idolatría.
Todas ellas condenadas por el Eterno por celo de su Santo Nombre. No obstante los hombres sabiendo esto persistimos en nuestras actitudes de idolatrar.
Precisamos imágenes que nos den una seguridad que las cosas invisibles no nos dan. Precisamos sustitutos reales o imaginarios pero que podamos tocar o poder contemplar con nuestros ojos.
Muchos podríamos afirmar que no nos encontramos en esa situación, pero es cuestión de profundizar en el tema para comprender que cada uno a su manera tiene un idólatra en su interior.
Resulta más grave todavía la cuestión de la idolatría, cuando la pretendemos disimular con formalismos a los que le concedemos el valor de las cosas sin importancia.
Si no tienen importancia, por qué las utilizamos? Si no tienen importancia, por qué nos aferramos a ellas? Honramos imágenes, repesentaciones, figuras, objetos, todos hechos por los hombres para otros hombres.
Sin embargo la idolatría en cualquiera de sus formas ofende a Dios, quién condena de manera absoluta todo lo que no sea la adoración hacia lo que Él representa. Los ídolos nunca podrán sustituir al Eterno!
Isaías 42:17
Diego Acosta García