Me puedo imaginar a un hombre como yo, sencillo e igual a otros muchos, que un día estaba en mi barca, haciendo aquello que resulta indispensable para mi trabajo.
Un hombre como tantos, seguramente con personas de más alto nivel sobre mí y con muchas otras iguales que yo, luchando por ganar con honradez el sustento.
Una vida como la mayoría de las personas, llena de grandes luchas y con las pequeñas alegrías que concede la vida simple.
Pienso: Alguien hubiera reparado en mí, para otra cosa que no esté relacionada con mi trabajo?
La respuesta es un NO rotundo.
Nadie estaría dispuesto a acercarse a un hombre que día tras día, se levanta para hacer las tareas que llevan el sostén a su familia.
Nadie, porque como yo no solo hay muchos, sino que para los ojos humanos, difícilmente pueda ser más útil que para lo que estoy haciendo.
Pero un día, ocurre algo extraordinario!
Ese hombre del que estoy hablando, yo mismo, recibo una inesperada visita. Se me convoca nada más y nada menos que para ser…hijo de Dios!
Por qué?
Que he hecho para semejante privilegio?
Nada.
Absolutamente nada, pues a pesar del llamado sigo siendo el mismo hombre.
Este sencillo pensamiento me llevó a pensar en aquellos pescadores de Galilea, que fueron convocados por el Señor para ser sus discípulos.
Alguien más los hubiera llamado?
No, como no sea para algo relacionado con su trabajo.
Pero esos hombres, al igual que yo fueron convocados para la más importante tarea que se pueda realizar.
La diferencia está en que ellos la cumplieron y yo todavía no.
Mateo 4:18-20
Diego Acosta / Neide Ferreira