Muchos nos preguntamos cuando veremos los pequeños verdes brotes de nuestra siembra, especialmente si esa siembra es espiritual y proclamando el Evangelio.
Estamos ansiosos por ver un día cuántos hombres y cuántas mujeres creyeron en el Salvador como consecuencia de nuestro esfuerzo, de nuestra perseverancia.
Y ese afán que puede ser legítimo, se transforma poco a poco en un desencadenante de una serie de emociones que finalmente nos podrían hacer dejar la tarea que emprendimos con tanto amor y dedicación.
Estamos preparados para no ver los frutos de nuestra siembra? Por qué necesitamos ver los frutos de nuestro trabajo? Es que buscamos la recompensa de los hombres?
Estas preguntas son necesarias para que nos respondamos con el máximo de sinceridad, sin pretender engañarnos con argumentos que pueden ser válidos para los demás, pero que son inválidos delante de Dios.
Un viejo evangelista declaró que en más de 30 años de predicar la Palabra nunca tuvo constancia de que siquiera una sola persona se hubiera convertido por haber recibido su mensaje. Pero él proclamaba que durante más de 30 años había sido fiel al mandato que Dios le había dado y que con eso le bastaba.
Este viejo evangelista no buscaba ni precisaba la honra que podemos dar los hombres. Él buscaba que fuera Dios quién lo honrara. Con este ejemplo pensemos en nosotros mismos y recordemos que es lo verdadero.
Juan 4:37
Diego Acosta García