Esta palabra que tanto usamos quienes nos llamamos hijos de Dios, nos debería hacer reflexionar sobre nuestras actitudes.
Con demasiada frecuencia, quienes deberíamos ser ejemplares en esta cuestión, somos tal vez malos espejos para otros.
Hace unos días alguien comentaba los notables momentos que vivía un hermano, porque el Eterno lo utilizaba con el don de la sanidad.
Así como es de impresionante el obrar del Espíritu cuando asumimos que somos meros instrumentos, de la misma manera nos transformamos en auténticos incrédulos cuando dudamos.
Esta es una rotunda realidad en mi vida. Todas las veces en que he valorado los efectos de ser instrumento del Todopoderoso, siempre he caído en la incredulidad.
Por qué?
Creo que es por falta de confianza en el propio Creador!
No hay ninguna otra razón, por poderosa que sea, que nos lleve a considerar si hacemos lo que se nos manda o nos reservamos para una próxima oportunidad.
Analizando el caso, pienso que si tenemos la certeza que debemos ser instrumentos del Señor y no lo hacemos, simplemente además de caer en la incredulidad, también estamos cayendo en la desobediencia.
La carnalidad nos lleva a esa especie de prudencia, que nos impide ser eficaces.
Por que como podríamos proclamar sanidad en una persona, si nosotros mismos estamos dudando?
Dudo porque tengo miedo al ridículo.
Dudo porque tengo miedo a que la persona no se sane.
Dudo porque tengo miedo de que no ocurra el milagro que estoy esperando.
Tengo la certeza que mientras no sea capaz de dominar mi propia incredulidad, nunca podré ser lo que el Eterno ha dispuesto que sea!
Romanos 4:20-21
Diego Acosta
Música: Neide Ferreira