Ser influyentes en la sociedad y en el tiempo que nos toca vivir, es uno de los grandes mandamientos que debemos de poner en práctica cotidianamente.
Es nuestra responsabilidad hacerlo en el ámbito de nuestras actividades, para ser referencias en la sociedad que vive sin rumbo, entregada al hedonismo y la frivolidad.
Todos sabemos que no es una misión de fácil cumplimiento, la de influir al mundo, pero contamos con la ayuda y la guía del Espíritu Santo que nos hará obrar siempre en la dirección adecuada.
En esa misión de influir debemos de tener especial cuidado en no caer en las trampas del mundo y correr el riesgo de pasar de ser influyentes a influenciados.
Todos conocemos los atractivos que nos ofrece el mundo y sobre todo todos sabemos lo seductor que resulta no tener que preocuparn por nuestras malas acciones y menos por nuestros pecados personales.
Debemos ser entonces fieles ejecutores de una misión que tiene sus riesgos pero que tiene como elemento esencial, la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas para guardarnos y guiarnos en este difícil camino.
Debemos influir siendo Luz y Sal, con dominio propio, la valentía que Dios nos concede y el buen ánimo para estar siempre dispuestos a mostrar que verdaderamente somos hijos del Altísimo.
Mateo 13:38
Diego Acosta García