Cuando Jehová entregó Jericó a los israelitas, su líder Josué les advirtió que no debían tocar nada de la ciudad porque sería anatema para Israel y la perturbaría.
Una advertencia que sigue vigente porque muchas veces tenemos grandes victorias que el Señor nos concede, pero no somos capaces de advertir que detrás de ellas siempre hay anatemas.
Por definición un anatema es una maldición, una condena, algo reprobable. Y somos advertidos que no permitamos que nada de la victoria que nos fue entregada, debemos tocar.
Y por qué se nos advierten de estas cosas? Porque seguramente si quisiéramos apropiarnos de algo relacionado con la victoria sobre las murallas, las consecuencias serían tremendas.
Una de ellas sería la contaminación espiritual que representa el pretender tomar posesión de algo que perteneció a un enemigo de Jehová, porque si hubo victoria hubo un enemigo derrotado.
Esto nos debe enseñar que las grandes victorias siempre son del Eterno, porque si fueran por nuestros méritos estaríamos expuestos a los poderes de los derrotados.
Hagamos como hicieron los israelitas que fueron fieles al mandato que transmitió Josué para no tocar nada que pueda contaminarnos por atractivo y seductor que nos pueda resultar.
Seguramente habrá una simbólica Jericó en nuestra vida, que el Eterno entregará en nuestras manos cuando perseveremos y confiemos que cuando el tiempo se cumpla todo ocurrirá.
Josué 6:16
Diego Acosta García