Cada vez que oramos clamando justicia por una situación que nos afecta, estamos en lo cierto. Es legítimo que reclamemos que se nos haga justicia.
Pero también debemos recordar que con la misma vara que pedimos que se juzgue a quién o a quienes nos han afectado, habrá otras personas que puedan pedir justicia por alguno de nuestros hechos.
Y lo más importante: así como creemos que tenemos razones para pedir justicia, del mismo modo puede haber personas que crean legítimo pedir justicia por algo que hayamos hecho.
Esta situación nos debería hacer reflexionar acerca de nuestros comportamientos con las personas más cercanas y también con las que no conocemos pero que podemos haber afectado.
Porque si pedimos justicia por comportamientos displicentes hacia nuestra persona, pensemos cuantas veces hemos sido displicentes con el dolor o las necesidades de los demás.
Entender esta cuestión nos llevará seguramente a comenzar a modificar nuestros hechos, a cambiar de actitud frente a las situaciones que viven otras personas y a abandonar la arrogancia como estilo.
No estamos hablando de la justicia de los hombres. Estamos hablando de la Única Justicia valedera, la que proviene del Señor que será quién nos juzgue por todo lo que hicimos y por todo lo que dejamos de hacer.
Deuteronomio 6:25
Diego Acosta García