Puedo decir que todos los días me pregunto si formo parte de lo que ocurre en el mundo o verdaderamente soy un ciudadano del Reino.
Esta duda surge en mi ánimo como consecuencia de lo que veo, de lo que leo, de todo lo que parece ser la medida de los tiempos en que vivimos.
Recuerdo que en mi niñez había palabras que tenían un significado que ahora parece desvirtuado o literalmente dejado de lado.
Las personas que robaban eran ladrones…
Las personas que mentían eran mentirosos…
Los que engañaban eran estafadores…
Los amantes eran concubinos…
La lista es demasiado extensa como para continuarla, pero creo que ayuda a explicar por qué pienso que estamos viviendo una decadencia continua y que no llegará a su fin hasta el tiempo del Reino.
El exhibicionismo del cuerpo forma parte de una especie de gran mercado, donde todo está en oferta y donde todo se paga.
Lo mismo ocurre con la vida personal, que se muestra en toda su miseria también a cambio de dinero que se termina transformando en otra forma de notoriedad.
Puede que sorprenda que haya una reflexión sobre estas cuestiones, pero si leemos la Palabra de Dios con atención, percibiremos que es frente a estas cosas es que debemos ser ejemplares con nuestros hechos personales.
Las palabras parecen haber perdido su valor y también su eficacia. Frente a la decadencia del mundo, debemos mostrar que las normas del Eterno están totalmente vigentes y son respetadas por muchos.
Como hacerlo?
Hablando menos y mostrando más actitudes personales que reflejen a Jesús!
Mateo 16:26
Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?
Diego Acosta/ Neide Ferreira