Siempre se ha dicho que la distancia más corta, es la que une dos puntos en línea recta y es evidente que esta simpleza, está fundamentada por la comprobación.
Si analizamos nuestra espiritual con el mismo método comprenderemos que importante es que vivamos según lo que decimos, que serían los puntos extremos que debemos unir.
Jesús nos dejó mensajes muy claros acerca de cómo deberíamos vivir, acerca de cómo debería ser nuestra vida en la tierra para ser influyentes y también para llevar el mensaje del Evangelio.
Entre esa enseñanza y lo que decimos ya existe una diferencia, que se hace más profunda cuando la comparamos desde la perspectiva de nuestros hechos, de nuestras obras de fe.
La vida cristiana es un proceso que demanda paciencia y perseverancia. Paciencia para ver cumplidas las promesas del Señor y perseverancia para no caer en el desánimo o la apatía.
Como estamos hablando de un proceso, lo ideal sería que jornada tras jornada, la distancia entre lo que decimos y lo que hacemos se tendría que ir reduciendo.
Porque cada día deberíamos ser mejores seguidos de Jesús, porque estamos aplicando sus enseñanzas en todos nuestros hechos y no solamente en nuestros dichos.
Debería llegar el momento en que la distancia entre lo que decimos y lo que hacemos se reduzca a la mínima expresión y ese día nos habremos acercado a la perfección del Señor.
Salmos 141:4
Diego Acosta García