Hay momentos muy especiales en la vida de los seres humanos, son aquellos en los que es necesario aguardar para que ocurra aquello que necesitamos o que deseamos.
Este tiempo suele resultar especialmente difícil porque se combinan cuestiones que nos son particularmente complejas de manejar, como son la ansiedad y la necesidad.
La ansiedad porque nuestra naturaleza nos reclama que aquello que estamos precisando se concrete lo más pronto posible. Y en esta sociedad del “ya mismo” es mucho más notorio.
La necesidad por su parte nos parece cada vez más perentoria y nos produce la sensación de que cada segundo que pasa se agranda no solo en magnitud sino en su perentoria resolución.
La espera constituye evidentemente una forma que el Señor tiene de probar varias cosas de nosotros. Y cuando decimos probar estamos hablando literalmente de lo que llamamos “prueba”.
Está comprobando nuestra paciencia, que si no la tenemos la tenemos que desarrollar. Nuestra confianza, que si la tenemos la tenemos que robustecer más allá de los límites que nosotros mismos le queremos conceder.
Está probando que nuestra fe se apoya en la creencia que Él es el Soberano sobre todas las cosas, incluyendo nuestras vidas y el espacio de tiempo que llamamos espera.
La espera debe ser un tiempo de reflexión, de aprender a mirar aquellas cosas que con nuestro afán dejamos de advertir y por sobre todas las cosas, a poner nuestra mirada confiada en el Señor. Bendita sea la espera!
1 Samuel 12:16
Diego Acosta García