Pensando en nosotros mismos podemos comprobar lo poco que se habla de uno de los grandes problemas que tenemos los hombres en nuestra relación con otros hombres y desde luego con relación a Dios.
Hablamos de la falsa humildad de aquellos que siendo vanidosos u arrogantes, orgullosos o prepotentes, ocultamos con actitudes hipócritas lo que verdaderamente somos.
Tal vez obremos así porque la humildad es más fácil de aparentar, con lo que podemos engañar más fácilmente a las personas que nos rodean o en aquellas en las que podamos influenciar.
Lo más peligroso de esta situación es que el falso humilde finalmente se terminará convenciendo de que de verdad es humilde y entonces ya no estará engañando a los demás, sino que se estará engañando a sí mismo.
Siendo sensatos deberíamos escudriñar nuestro interior para tratar de saber lo que verdaderamente somos, a estar menos pendientes de lo que los demás creen que somos y acercarnos a la única Verdad posible que es ser como Dios quiere que seamos.
Entonces y solo entonces llegaremos a ser hombres y mujeres equilibrados que estaremos en condiciones de valorar lo que sabemos y de reconocer lo que no sabemos, quitándonos esa peligrosa máscara de lo que no somos.
El ejercicio de la humildad comienza por no creernos superiores o inferiores con relación a los demás. Solamente así viviremos como nos enseñó el Divino Maestro.
Mateo 11:29
Diego Acosta García