Se comenta que las personas que han tenido posiciones relevantes cuando tienen que abandonar sus cargos tienen graves problemas de adaptación a la nueva situación.
Es evidente que la pérdida de honores y reconocimientos tiene que tener su influencia y eso es lo que se destaca de muchas personas que en pocas horas pierden todo el poder que tenían.
Pueden hasta caer en severas depresiones porque no son capaces de asumir que aquello que tenían ya no lo tienen y lo que significaba mandar ahora carece de sentido.
Podríamos resumir el argumento con la situación que viven muchos hermanos en las Iglesias, cuando de un momento para otro dejan de cumplir las funciones que tenían asignadas.
La medida de la gravedad de la situación puede verse reflejada en la angustia, en el antagonismo hacia los líderes o la propia congregación e incluso en el abandono de la membresía.
¿Por qué ocurre esto? Sencillamente porque tanto en el mundo como en las Iglesias, muchos de nosotros trabajamos para satisfacer nuestro ego, nuestro orgullo y nuestra ansia de ser importantes.
Cuando nos ocurra una situación como la descripta, debemos pensar para quién estamos trabajando y cuáles son nuestras verdaderas intenciones. ¿Trabajamos para nuestra vana-gloria o trabajamos para el Señor y el Reino?
1 Juan 2:16
Diego Acosta García