Como se angustia nuestro corazón cuando escuchamos que ha sido muerta una mujer por quién había sido su compañero o quién lo era en el momento de la tragedia.
Como se angustia nuestro corazón, porque entendemos que la muerte de cada mujer es un poco responsabilidad de todos, porque no fuimos capaces de advertir la inminencia del drama.
Como se angustia nuestro corazón porque tarde comprendimos que pudimos haber obrado y nos callamos o nos desentendimos de una situación tormentosa.
De poco valen las explicaciones cuando están en juego la vida de personas, que viven el doble fracaso de haber apostado por la vida y de correr el riesgo de perderla.
Es necesario que asumamos como propia cada situación de la que somos testigos, para que la muerte no llegue a triunfar sobre un hogar, sobre una familia, sobre los hijos que se quedan sin madre.
Pensemos que la misericordia y el amor que se nos reclama para el prójimo, deben ser aplicados en estas situaciones donde las relaciones fallidas pueden desembocar en muertes sobrecogedoras.
Seamos parte del problema ayudando al que lo precisa con consejos sabios, con palabras meditadas, con humildad sin acusaciones. Seamos fieles al llamado de defender la Vida.
1 Tesalonicenses 4:4
Diego Acosta García