De algunas personas se suele decir que cayeron en la tentación de escuchar a quienes vinieron con lisonjas, con adulación.
Esta forma de hablar trata de describir como cambiaron, al escuchar a quienes vinieron con malas intenciones hacia ellos.
Podemos concluir entonces, que para que haya una lisonja o adulación que obre en el ánimo de alguien, es necesario que tenga el corazón propenso para recibirlas.
Esto es lo que llamamos causa-efecto, que en las cuestiones espirituales se transforma en algo mucho más grave todavía.
Conozco el caso de un hermano que ostentaba altas responsabilidades y que recibía con relativa frecuencia saludos que eran una ostensible lisonja o adulación.
Él tomaba estas manifestaciones con ligereza, con el argumento de que se trataba de una forma casi infantil de demostrar respeto y aprecio.
Pasó el tiempo y este hermano se elevó aún más en su jerarquía y paralelamente las frases amables crecieron en significación.
Como es posible imaginar, la historia no tuvo un buen final. El hermano que estaba en lo alto de su ministerio, sucumbió a las frases amables, aquellas que había desechado en un principio.
Con mucho pesar pude ver como ese proceso que duró años, afectó el interior de un hombre que había crecido ministerialmente por sus innegables dones.
Fui testigo como este hermano no guardó su corazón de las voces que intencionadamente lo alababan, para lograr obtener ventajas inapropiadas y se alejó del Señor.
Cada vez que recuerdo esta historia, busco guardar mi propio corazón. Y lo primero que hago es evitar a quienes vienen con supuestas buenas palabras. Porque las LISONJAS siempre tienen malas intenciones.
Job 32:21-22
Diego Acosta
Neide Ferreira