Los hombres y mujeres que formamos la especie humana, es probable que tengamos una cosa en común: Que a todos nos gusta ver los resultados de nuestro trabajo.
Este criterio parece esencial en la vida de cada uno de nosotros y se manifiesta en una mayor o en una menor medida, pero finalmente se traduce en lo mismo: Queremos ver los frutos de nuestras obras.
Este afán muchas veces nos conduce a la apatía y a la desmotivación porque dudamos si una determinada tarea, nos puede brindar lo que estamos buscando.
Si hablamos de llevar el mensaje de Salvación, muchas veces dejamos de hacerlo, porque de antemano descartamos que podamos haber dado con la persona adecuada para recibirlo.
Es decir: nos convertimos en los jueces de nuestros propios actos, negando a otro ser humano la posibilidad de escuchar el mensaje de Jesús, el mismo que nos fue dado para nuestra salvación.
Debemos abandonar esta actitud egoísta y sin fundamento espiritual, porque hemos sido enseñados que quienes siembren no siempre serán los que recojan las cosechas.
Seremos juzgados por nuestras obras como reflejo de la medida de nuestra fe y por tanto no debemos ser mezquinos con nuestro trabajo porque solamente Dios lo podrá honrar. Nunca dejemos de sembrar!
Salmos 126:5
Diego Acosta García