Muchos de los problemas que nos afectan se generan en nuestro afán de compararnos constantemente con otras personas, aún con aquellas que nada tienen que ver con nuestras vidas.
Este afán de compararnos nos lleva a sufrir las consecuencias de la superioridad con la que podamos actuar o con la inferioridad con la que podamos llegar a sufrir.
Tanto en un caso como en el otro, la prepotencia de creernos superiores o la angustia de sentirnos inferiores, conspira contra nuestra propia naturaleza.
Por qué nos comparamos? Simplemente porque nos olvidamos o no deseamos recordar que somos joyas únicas de la Creación y que entre más de siete mil millones de personas que habitamos el mundo, seguimos siendo únicos.
Esta realidad es la que nos negamos a admitir cuando nos comparamos, porque la tendencia natural del mundo es precisamente dirigirnos en esa dirección equivocada.
Si nos comparamos no estamos haciendo otra cosa que convertirnos en esclavos del más cruel de los engaños, porque es imposible que se puedan comparar dos creaciones únicas en su género.
Deberíamos en cambio, recordar las enseñanzas que recibimos para tratar de hacernos semejantes a Jesús, porque sería el ideal de nuestra vida como creyentes y como hijos de Dios.
2 Corintios 3:10
Diego Acosta García