Es sorprendente con cuanta frecuencia elaboramos planes que nos parecen perfectos o rozando la perfección y que luego se van complicando hasta llegar a desaparecer.
Entonces nos preguntamos sobre las razones para que un plan tan minucioso no pudiera concretarse y nos rebelamos contra las causas que impidieron que se materializaran.
En esa actitud persistimos e incluso comenzamos una nueva y peligrosa fase de nuestra rebeldía, porque ahora la dirigimos no solo contra las razones sino contra el propio Dios.
No podemos llegar a entender porqué si hemos sido tan perfeccionistas en elaborar un determinado plan, porqué Dios no lo ha respaldado con su Gracia.
Iniciamos un debate interior que va saltando desde las esferas materiales a las espirituales, de lo que se concibe con nuestro raciocinio hasta lo que solamente se puede entender desde el Espíritu.
Pero no apreciamos lo evidente. En qué momento de la elaboración de nuestro plan consultamos a Dios? En qué lugar dejamos a Dios cuando nuestra inteligencia o nuestro saber hacer estaban trabajando?
Cuánto nos cuesta entender que lo primero es saber lo que Dios tiene para nosotros y luego elaborar los planes para ejecutarlo. Nunca debemos pedir a Dios que bendiga lo que nosotros hayamos dispuesto hacer.
Si obramos según nuestras decisiones corremos el riesgo no solo de enfadarnos sino de cometer graves errores en nuestra vida. Dios perdona nuestra arrogancia pero no nos libra de sus consecuencias.
1 Pedro 4:2
Diego Acosta García