Recordamos el pasaje en el que los discípulos se asustan por la tormenta y despiertan al Señor Jesús y éste los reprende, calificándolos de hombres de poca fe.
Este pasaje probablemente simbolice la vida de muchos de nosotros, que nos asustamos cuando llegan las dificultades, las pruebas, las situaciones complicadas o difíciles.
Muchas veces nos asustamos ante las cosas nuevas, las que rompen nuestros esquemas mentales o simplemente nuestra forma de pensar o de analizar las cosas.
Nos asustamos cuando pensamos que algo grave está por ocurrir y entonces perdemos el control, que es lo mismo que decir que el dominio propio.
Entonces pasamos a comportarnos como hombres y mujeres que nos olvidamos de las enseñanzas recibidas y comenzamos a imaginar planes de emergencia o salidas alternativas.
Cabría preguntarse en esas circunstancias, qué es en realidad lo que está ocurriendo, cuál es la naturaleza del problema que tanto nos altera, cuánto sufrimiento nos puede ocasionar la situación que enfrentamos.
Todos sabemos que ser hijos de Dios no nos garantiza ni una vida placentera ni una vida sin problemas, más bien todo lo contrario, tenemos asegurado persecuciones, ataques, humillaciones o hasta la propia muerte.
La cuestión no es el problema o la situación que enfrentamos, sino como la enfrentamos. En la hora de la dificultad o de la tribulación, debemos recordar lo más importante: Que Dios siempre estará con nosotros. Siempre.
Deuteronomio 31:8
Diego Acosta García