En los momentos de euforia, siempre hago Memoria de una dolorosa experiencia que acompañó mis primeros tiempos de creyente.
Asistí de manera privilegiada, de todo el proceso que llevó a la apertura de un nuevo templo.
Fue un tiempo precioso por el trabajo que hubo que realizar y por la certeza que tenían los hermanos experimentados que estábamos sirviendo al Señor!
Cuando el impulso no pudo resistir a la terminación de las obras, una mañana de domingo, con el templo inconcluso, se celebró el primer oficio.
Entonces ocurrió un hecho que en su momento fue más anecdótico que representativo. Una hermana anunció que había recibido una Palabra del Soberano y entonces se decidió que fuera ella quién predicara.
Con mucha expectativa la escuchamos, conocedores los demás más que yo, de su larga experiencia misionera y también de su cercanía con Dios y de su seriedad.
El mensaje fue tan acorde con el momento que se vivía en la nueva congregación, que quizás por eso nadie o muy pocos, reparamos en su final.
El mensaje terminó con el profundo: Y si…
Se estaba revelando que el Eterno anunciaba lo alerta que deberíamos de estar, para que los egos personales, las rivalidades y vanidades no afectaran a la Obra.
Tristemente quienes escuchamos fuimos una pequeña minoría, que tuvimos la condición de ser testigos de cómo se desencadenaron las pequeñeces de los hombres.
En pocos meses aquella Obra se dio por terminada y asistí con perplejidad al cierre del lugar de culto. La lección fue durísima, pero he aprendido que ignorar las advertencias de Dios, nos pueden llevar al abismo.
Hay puertas abiertas y también…puertas cerradas.
Hebreos 10:26
Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados.
Diego Acosta / Neide Ferreira