Prácticamente todos los días oro por las personas con las que me cruzo en la calle, en un autobús, en cualquier circunstancia y lugar.
Más de una vez me he preguntado: Quienes serán? A donde irán? Por qué han salido de sus casas? Que preocupaciones tienen? Que están esperando de la vida?
Que necesitan? Que les falta? Están tristes? Están contentas? Están solas? Precisan ayuda? Que están buscando?
Muchas preguntas…
Ninguna respuesta.
Todos desconocidos, con quienes ni podría hablar a causa del idioma.
Pero oro por las personas, lo declaro sin darle el mayor mérito ni adjudicarme la menor importancia. Es eso lo que me manda hacer el Espíritu, en el momento más inesperado y en el lugar menos creíble!
Pero cuando oro, pienso que alguna vez alguien oró por mí!
Pienso que alguien recibió la inquietud del Espíritu de orar por mí!
Me habrá conocido? Habrá sabido quién era? De donde venía y a donde iba? Habrá percibido mi cansancio y mi soledad?
Cuando me acuerdo de esto, oro por esa persona, de la que nunca sabré su nombre ni quién era, ni que hacía, ni por qué oró por mí.
Así son las cosas de Dios!
ÉL obra a través de su Espíritu, inquietándonos, guiándonos, por caminos que no pensábamos recorrer, por las personas, que ni siquiera conocemos.
Orando por personas de las que tal vez nunca sabremos sus nombres, pero con una certeza: Yo no sé quiénes son, pero el Señor sí sabe!
Cada uno debe hacer su parte!
Yo hago la mía, obedeciendo cuando soy mandado a orar. En silencio y sin ninguna demostración. Solamente con fe, que esa oración pueda transformar una vida.
Como transformó la mía.
Efesios 6:18
Diego Acosta / Neide Ferreira