Recuerdo que cuando era niño cerca de mi casa había un árbol muy grande, cuyo tronco solo podía ser abrazado por varias personas.
Para mi imaginación me parecía uno de esos gigantes buenos sobre los que escuchaba hablar en los cuentos, que algunas veces llegaban hasta mis oídos.
Muchos años después recordé aquel árbol de mi niñez, que por supuesto, sigue existiendo y sigue siendo una referencia en el pequeño parque de mis juegos infantiles.
Seguramente bajo ese árbol encontraron cobijo los cansados, hogar los pájaros y sosiego los necesitados de tranquilidad.
Bajo su sombra generosa los niños siguen jugando y las madres disfrutando de esa serena armonía que transmite un gran árbol.
Hoy pienso y me declaro que feliz sería, si yo fuera un árbol de fe como el de mi niñez!
No solo por la copa frondosa que sirve de casa a los pajarillos, sino por todo lo que representa para mucha gente, incluso como una referencia para reunirse.
Lo que más me impresiona de ese gran árbol es la solidez que transmiten sus raíces, firmemente arraigadas en la tierra donde un día fue un pequeño vástago.
Si mi vida como cristiano fuera como esas raíces que penetraron en la tierra, mis raíces estarían firmemente afirmadas en la Biblia.
Sería entonces un árbol que serviría a muchas personas y a los débiles de la Creación, libre del temor a las tormentas y a las adversidades y también cobijo seguro para el necesitado.
Que buen árbol sería yo si estuviera sólidamente amarrado a la Palabra de Dios!
Oseas 14:5-6
Diego Acosta
Música: Neide Ferreira