Cada día más podemos comprobar cómo en el mundo todo se ha relativizado, argumento fundamental para la permisividad.
Lo que antes era una norma de conducta inalterable, se ha transformado a causa del relativismo, en algo obsoleto, fuera de tiempo e incluso fuera de lugar.
Lo que era considerado como algo malo, ahora podemos llegar a entender que quizás no lo sea tanto y que podemos estar exagerando en ese tema.
Lo mismo ocurre con otros valores que hace un tiempo eran terminantes y que ahora se han transformado en auténticas piezas de museo.
Ahora frente a cualquier hecho, circunstancia, comportamiento o cosa, todo se lo relativiza.
El gradualismo se impone como una norma y lo que antes nos hubiera hecho reflexionar, ahora simplemente lo tomamos como una antigüedad que se enfrenta a la modernidad.
Entonces podemos fácilmente confundir progresismo con lo que está fuera de toda norma, pero como es simpático o agradable, sencillamente lo toleramos.
Esta dramática forma de comportarnos hace que todo pueda ser justificado, con buenas razones o sin ellas, lo importante es tolerar y no ser categórico.
En estos casos me viene a la Memoria lo que Jesús le transmitió a Juan en Apocalipsis, cuando habló de la iglesia de Laodicea.
Qué bueno que fuéramos hombres y mujeres comprometidos con la Verdad, sin relativismos ni justificaciones.
Y Jesús dijo, que bueno que fuéramos fríos de todo lo relacionado con Dios. Tanto en un caso como en otro, seríamos precisos y no relativos.
Pero lo peor de todo es no ser nada, ni caliente ni frío. Un ser humano así, no sirve para nada. Con perdón…
Apocalipsis 3:15
Diego Acosta / Neide Ferreira