Tal vez ser rico sea uno de los mayores afanes de quienes formamos la especie humana.
Es el sueño de millones y millones de personas, que hacen del dinero, el motivo de su atención, de sus ideas, de sus propósitos y hasta de sus delitos.
Ser rico en el ideario de los millones que no lo somos, supone vivir bajo el amparo de un principio que es muy seductor: El poder.
Para qué?
Para todo…Para lo que podamos confesar con nuestra boca o para lo que podamos callar y guardar en nuestro corazón.
Hay alguna razón para que nos afanemos en ser ricos?
Una siempre habrá, según cada persona, pero en el fondo podríamos coincidir en que la riqueza es como un sinónimo de ese bien tan buscado que llamamos felicidad.
Ser rico es igual a ser feliz?
En el imaginario de quienes luchamos cada día por mantener nuestro hogar con dignidad, en algunos momentos es posible que aceptemos esa proposición.
Para quienes nos llamamos hijos de Dios, en este planteamiento hay algo muy trascendente para tener en cuenta: La Biblia nos advierte de los riesgos del amor al dinero.
Y nos remitimos a un solo caso: Acaso Judas no traicionó a Jesús por el dinero?
Me imagino que una vez que está en nuestro corazón el amor al dinero, todo lo que hagamos para conseguirlo está justificado.
Por quién? Por nosotros mismos.
Concluyo: Nada me sobra y nada me falta.
Esta sencilla frase encierra una gran verdad con relación al dinero. La alegría que tengo en el corazón por tratar de ser semejante a Jesús, tiene un valor que nadie podrá pagar…con dinero!
1 Timoteo 6:10
Diego Acosta / Neide Ferreira