En los tiempos anteriores a Jesús cuando era necesario ofrecer sacrificios por la expiación de los pecados, se destacaban algunas cuestiones que deberíamos de tener especialmente en cuenta.
Los sacrificios formaban parte de los ritos que eran cumplidos por los sacerdotes. Pero con el Advenimiento de Jesús, todos los sacrificios desaparecieron porque Él fue el sacrificio Supremo, el Único que podría liberar a los hombres de sus pecados.
Podemos pensar entonces que los sacrificios terminaron.
Y es verdad que terminaron en lo que representa el derramamiento de sangre, como forma de expiación de los pecados. Ya no tenemos un altar para ofrecerlos ni Templo para albergarlos.
Sin embargo Jehová advierte sobre la actitud con que se realizan los sacrificios y no sobre el hecho en sí mismo. En cierta forma nos está advirtiendo acerca de cómo es nuestra actitud con relación a Él. Nos advierte acerca del ritualismo.
Podríamos hablar del tiempo que dedicamos a orar, del tiempo que dedicamos por Amor a nuestros hermanos, de la forma en que ofrendamos y con el corazón con el que tributamos nuestros diezmos.
Jehová nos habla: Si yo tuviese hambre no te lo diría a ti,
Porque mío es el mundo y su plenitud.
El Supremo sí menciona un sacrificio que siempre le fue grato, el de la alabanza y luego nos dice:
E invócame en el día de la angustia;
Te libraré y tú me honrarás.
Seamos sabios con estas advertencias. No caigamos en ninguna forma de ritualismo. Estemos atentos al sacrificio que agrada siempre al Eterno!
Salmo 51:15
Diego Acosta
Música: Neide Ferreira