Cuando nos arrepentimos de nuestros pecados y somos perdonados y declaramos que el Señor es nuestro Salvador, nacemos de nuevo y somos nuevos hombres y nuevas mujeres.
Por esta razón se nos enseña que debemos dejar al hombre viejo y vivir como personas recién nacidas a la vida espiritual y seguir el proceso de crecimiento hasta hacernos mayores en la fe.
Sin embargo es absolutamente necesario que tengamos plena conciencia de que en el momento en que el hombre viejo es muerto en el bautismo y nacemos como hombres nuevos, ocurren muchas cosas.
Una de ellas es que debemos entender que este maravilloso significado de ser nuevos hombres necesariamente se tiene que relacionar con la ruptura con nuestro pasado.
Esto supone que todo aquello que nos agradaba desde la perspectiva de nuestra carne lo debemos abandonar, porque es lo contrario del mundo espiritual al que acabamos de ingresar.
No es un mero formulismo, es algo tan importante que la ruptura significa dejar para siempre aquellos vicios o incluso pecados, que nos hacían disfrutar de la vida anterior.
Debemos prepararnos para asumir que ser llamados hijos de Dios supone no solo una inmerecida distinción, sino que también demanda un obligado cambio de vida.
Nacemos en Cristo como hombres y mujeres nuevos y debemos comportarnos como tal. La ruptura con nuestro pasado es la ruptura de las cadenas que nos ataban a una vida mediocre, oscura y sin esperanza.
Lucas 5:37
Diego Acosta García