Decía mi padre que hay un día al año en el que había que saldar las cuentas.
Él se refería las cuentas que podríamos tener pendientes con otras personas, para dejarlas pagadas y no deberle nada a nadie.
Este consejo tenía la singularidad de que provenía de un hombre sencillo, que no era perfecto, pero que sí tenía un alto sentido de la honradez.
Tal vez mi madre lo podría haber acusado de muchas cosas, pero de falto de honradez, nunca. Con ese criterio fue formando la conducta tanto de mi hermano como la mía.
En una oportunidad, exactamente para un fin de año, le dije: Hoy es el día de saldar las cuentas!
Él me miró sorprendido y me contestó: Tal vez sí, si fuera muy urgente. Pero el día de saldar las cuentas es el de tu cumpleaños.
Y por qué?
Porque es el día en el que comenzamos otro año personal y entonces debemos hacerlo con las cuentas al día, para que nadie nos reproche nada.
Y mucho menos que se nos diga que somos tramposos.
Con el tiempo, mi padre cumplió su ciclo vital y yo me convertí. Esta anécdota de saldar las cuentas, vino a mi memoria, pero con un nuevo significado.
Ese dejar a cero las cuentas el día del aniversario, ya no estaba relacionado con las personas, sino con el propio Dios. Puede que resulte un poco sorprendente el argumento.
Pero no me cabe ninguna duda, que siendo una cosa personal como es el de saldar nuestras cuentas con el Creador, por qué no hacerlo el día en que debemos agradecerle un nuevo año de vida?
Proverbios 3:35
Los sabios heredarán honra,
más los necios llevarán ignominia.
Diego Acosta / Neide Ferreira