Frecuentemente los políticos hacen notorias sus quejas por la actitud que tienen los ciudadanos de sus países con relación a sus actividades y a sus procederes.
Reclaman que no se les reconoce de manera concreta todo el esfuerzo que hacen por servir a las instituciones y a los Estados, como queda reflejado en la mayoría de las encuestas.
En este punto conviene hacer una precisión: De lo que más se quejan los ciudadanos es de las continuas acciones de la Justicia sobre los casos de corrupción que se verifican en los gobernantes.
Frente a esta situación sería relevante un cambio de actitud de la clase dirigente. Para no generalizar, convendría decir con más precisión, que esto es válido para algunos países más que para otros.
Urge la necesidad de crear un código deontológico donde se establezcan con rotundidad los casos en los que los dirigentes deben dimitir de sus cargos y asumir sus responsabilidades.
Como una norma genérica, para que no haya casos en los que algunos políticos si abandonan sus cargos y haya otros que consideran que en algunas circunstancias, eso no es necesario.
Solamente así con un código de conducta muy estricto y muy claro, los ciudadanos podremos recuperar la confianza en nuestros dirigentes, en la clase política.
Solamente así se podrá valorar de una manera diferente a los hombres y mujeres que se lanzan a la vida pública por decisión personal y sabedores de las circunstancias con las que habrán de enfrentarse.
Las responsabilidades por los actos de gobierno no pueden ser diferentes de las responsabilidades que asumen las personas que ocupan cargos en las empresas o en las instituciones privadas.
Aunque está claro que no es lo mismo una situación que otra, también está claro que la percepción que los ciudadanos tienen de determinados grados de impunidad, tampoco es la misma.
De lo que se trata en definitiva es que la percepción de la corrupción, sea suficiente motivo como para que una persona que ocupe responsabilidades en un cargo público, las abandone y presentarse voluntariamente a la acción de la justicia.
Estos principios básicos son los que establece la Biblia para quienes aceptan a Dios como fuente de toda razón y justicia. Por lo tanto deberían ser válidos para todas las personas, sean creyentes o no, puesto que por eso son principios.
Diego Acosta García