En los gloriosos y dramáticos días que siguieron a la Resurrección, los apóstoles recibieron de Jesús el mandamiento que se no se alejaran de Jerusalén y que esperasen la promesa del Padre.
Jesús también les anunciaba que recibirían Poder, cuando hubiera venido sobre ellos el Espírito Santo y entonces serían sus testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra.
Esa era la gran promesa: El cumplimiento del anuncio de la llegada del Consolador, cuando Él los dejara para sentarse a la diestra del Padre e iniciar a un nuevo tiempo en el grandioso Plan de Dios para los hombres.
Así llegó el Día de Pentecostés, cuando alrededor de 120 personas escucharon que venía del cielo un estruendo como de un viento recibo que soplaba y que llenó toda la casa donde estaban sentados.
En ese impresionante momento lenguas de fuego se asentaron sobre las cabezas de todos ellos y comenzaron a hablar en lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.
La venida del Espíritu Santo forma parte de los grandes acontecimientos que vivieron los seguidores de Jesús y que seguimos viviendo quienes somos fieles en este tiempo.
Es bueno recordar Pentecostés porque forma parte del cumplimiento de las promesas de Jesús y porque el Espíritu es el Poder que tenemos los creyentes para sanar a los enfermos del cuerpo y del alma.
Guardemos el mejor tiempo posible en este día, para que podamos reflexionar sobre el Pentecostés y para que tengamos presente que las promesas contenidas en la Biblia siempre se cumplen.
Diego Acosta García