Con el paso de los años fuimos convirtiendo una frase en una norma de vida a la que adheríamos con gran seriedad: La mujer del César no solo debía ser honesta, sino parecerlo.
Se le reclamaba a la mujer la pesada tarea de ser honesta, lo que de por sí ya es todo un alarde, sino que además debería parecerlo a los ojos de todas las personas que la rodeaban.
Al haber acuñado esta frase la sociedad nos dejaba mensajes sorprendentes: No basta con ser honestos? No basta con vivir de acuerdo a las normas que recibimos?
Por qué entonces debemos parecer lo que realmente somos? Es más importante aparentar que ser? Tal vez sean demasiadas preguntas y pocas las respuestas.
Desde la perspectiva espiritual no se nos exige que aparentemos ser honestos, se nos demanda que lo seamos en toda la extensión de la palabra y con todo lo que representa.
Por tanto si somos honestos, obviamente no deberemos parecer que lo somos porque nuestros hechos y nuestras actitudes lo demostraran sin que tengamos que declamar o aparentar que vivimos de una determinada manera.
Estamos llamados a ser Luz del mundo, no una lucecita o algo que se la parezca. Estamos llamados a ser una referencia entre quienes nos rodean y por tanto siempre deberemos ser y jamás parecer lo que realmente somos.
Filipenses 4:8
Diego Acosta García