La soledad puede ser el gran drama de nuestro tiempo, en lo que pareciera ser una mayúscula contradicción con relación al fenómeno de comunicación que llamamos sociedad global.
A mayores posibilidades de estar comunicados, mayor es la posibilidad de encontrarnos solos, acentuando una situación que no terminar de asombrar a quienes la estudian.
La soledad puede asumir dramáticas consecuencias cuando no se la puede superar y entonces se buscan soluciones equivocadas, como la compañía de cualquier tipo de drogas.
No es la única solución, pero sí la más cercana, la más accesible. Mientras tanto la sociedad continúa imperturbable e inmutable ante las necesidades personales.
Se asegura que el que no sea capaz de sobrevivir a las duras condiciones que se nos imponen, es porque no es un luchador, un emprendedor, un ganador para decirlo en términos más concretos.
Pero nos olvidamos que la soledad es un drama profundamente humano y es con los hombres y con las mujeres que la padecen, con quienes debemos ser más solidarios.
Y también puede estar solo un creyente en medio de su congregación, por lo que no estamos exentos de vivir esta tremenda realidad. Pero estamos obligados a asumir nuestra parte.
El mandamiento de amar al prójimo establecido por Jesús, nos obliga a no ser indiferentes y observar cuanta soledad hay a nuestro alrededor. La soledad es otra enemiga de nuestra fe, porque aleja a los hombres del Señor.
Isaías 35:1-3
Diego Acosta García