ALERTA HALLOWEEN
Por considerarlo de especial interés, reproducimos textualmente el comentario publicado
por el diario ABC de Madrid, España
El origen oculto de Halloween, el ritual prohibido de los druidas celtas que Roma reprimió por su brutalidad
Ni calabazas, ni caramelos. Esta celebración tiene su origen en el Samagín, una festividad en la que se llevaban a cabo sacrificios humanos para adivinar el futuro y -según la tradición- el mundo de los vivos y los muertos quedaba irremediablemente conectado
La legión romana que aplastó una secta renegada de druidas y brujas
- La reina que aniquiló a 80.000 civiles antes de ser vencida por las legiones romanas
- De dónde viene la tradición del árbol de Navidad y qué se puede hacer con él después de las fiestas
Ni caramelos, ni calabazas sonrientes, ni niños felices. Lo que a día de hoy llamamos Halloween no guarda ninguna relación con la fiesta en la que hunde sus raíces. Una celebración celta llamada Samhain o Samagín en la los druidas rendían culto al dios de la muerte a través de la barbarie y la crueldad. De hecho, tan brutal era aquel festejo que, cuando las legiones romanas llegaron a la antigua Britania, decidieron prohibir una buena parte de sus ritos.
Desde entonces, los retazos de aquella primitiva fiesta se han ido transformando a lo largo de los siglos. Tanto que, a día de hoy, existen decenas de versiones sobre lo que ocurría en el Samagín. Lo que sí está claro es que en aquella fiesta los druidas llevaban a cabo sacrificios humanos con el objetivo de adivinar el futuro. Algo que no resulta extraño atendiendo a lo que el mismo historiador Cornelio Tácito señaló en sus escritos: «Consultaban a los dioses en las palpitantes entrañas de los hombres».
Celtas y druidas
A día de hoy, se desconoce el momento exacto en el que el Samagín empezó a celebrarse. Tan solo se sabe que tenía como protagonistas a los hechiceros britanos y que ya se practicaba antes de la conquista romana de las islas. La cual comenzó con Julio César en el año 55 a.C. y acabó de materializarse en el 43 con Claudio. Independientemente de la fecha concreta, todas las fuentes coinciden en que la fiesta giraba alrededor de los druidas, los sacerdotes del pueblo celta.
Un pueblo que, como bien señalan los autores John Ankerberg y John Weldon en su libro «Facts on Halloween», vivía en el norte de Francia y las Islas Británicas. «Era un pueblo que practicaba las artes ocultas y adoraba a la naturaleza, a la que atribuía cualidades animísticas o sobrenaturales», determinan los espertos.
El arqueólogo e historiador decimonónico Henri Hubert determina en su obra «Los celtas y la civilización céltica» la importancia que tenían para este pueblo los druidas. Según sus palabras, eran un punto central sobre el que se apoyaba la sociedad. De hecho, añade que la mencionada civilización se mantenía unidad -entre otras tantas cosas- gracias a ellos. La razón principal era que se encargaban de contentar a los temidos dioses. «Eran una clase de sacerdotes expresamente encargados de la conservación de las tradiciones», sentencia el experto.
Pero los druidas eran únicamente los guardianes de las temibles deidades, sino que también eran los médicos del pueblo. Así lo afirma el divulgador histórico Manuel Velasco Laguna en «Breve historia de los celtas». Obra en la que explica que basaban sus rituales de curación en las plantas que recogían en el bosque. Por si fuera poco, también hacían las veces de cirujanos. «Los arqueólogos han encontrado herramientas muy similares a las usadas hoy en día con las que practicaban cesáreas y trepanaciones», completa el experto.
Al parecer, esta mezcla de hechiceros y líderes espirituales se encargaban primero de buscar la razón de la dolencia «detectando» las alteraciones a través de la piel para, posteriormente, solventar el problema expulsando -entre otras cosas- con conjuros a los demonios del interior del cuerpo. «Silicio nos habla del canto druídico curativo refiriéndose a él como una forma de apaciguar el alma y lograr que el enfermo se reestablezca de sus males», explica Pedro Palao en «El libro de los celtas».
Samagín y Belenus
Como pueblo que basaba una buena parte de su existencia en la naturaleza, los celtas daban una importancia suma a los ciclos estacionales. Para ellos, el año se dividía en dos grandes épocas: el invierno y el verano. La primera, asociada con la muerte; la segunda con la vida. Y, para conmemorar el paso de una a otra, celebraban dos fiestas en honor a los respectivos dioses a los que asociaban cada una de ellas. «Los celtas adoraban al dios sol (Belenus) especialmente en Beltane, el primero de mayo. Y adoraban a otro dios, Samagín, el dios de la muerte o de los muertos, el 31 de octubre», determinan los autores de «Facts on Halloween» en su obra.
De la segunda fiesta que se llevaba a cabo en honor de esta deidad es de la que proviene el actual Halloween. Según afirman la mayoría de las fuentes, el festival de Samagín duraba tres días y tres noches y en él se conmemoraba el «inicio de la estación muerta del año, en la cual campos y seres vivos dormían a la espera de la próxima primavera». Al menos, según lo eplica la doctora en historia Margarita Barrera Cañellas en su tesis “Halloween, su proyección en la sociedad estadounidense”.
Podría parecer que esta fiesta era entendida como una celebración de segunda categoría, pero nada más lejos de la realidad. Al fin y al cabo, los propios druidasconsideraban al pueblo britano descendiente directo del dios de la muerte. Con todo, tan cierto como esto es que existen autores partidarios de que Samagín era únicamente el nombre que se le dio a la festividad, y no el de ninguna deidad. «De los 400 nombres de dioses celtas conocidos, el que más se menciona es el de Belenus. Samagín, que es nombre específico del señor de la muerte, es incierto. No obstante, es posible que fuera la principal deidad druídica», explican Ankerberg y Weldon.
Creencias
Las creencias de los druidas afirmaban que, en la noche del 31 de octubre, Samagín convocaba a los muertos para que pasasen «al otro lado». Es decir, del mundo de los fallecidos, al de los vivos. Sin embargo, estos espíritus podían llegar al «más acá» de dos formas diferentes atendiendo a si habían sido «buenos» o «malos» durante los últimos meses.
Si el dios consideraba que no habían cumplido con sus deberes, hacía que se reencarnasen en animales tras el ocaso. Por el contrario, aquellos que habían obrado acorde a lo que quería la deidad eran libres de visitar a sus familiares con su forma humana y pasar unas horas en sus antiguos hogares antes de regresar al limbo.
Además, la noche del 31 era considerada especialmente esotérica por los druidas. «Creían que el velo existente entre el presente, el pasado y el futuro caía, siendo esta la razón de que se considerase como el momento más propicio para todas las clases de artes mágicas y, en especial, las adivinatorias y de predicción sobre el nuevo año», completa la experta en su tesis. Era, en definitiva, una jornada mágica en el sentido más literal de la palabra en la que el miedo a los muertos se mezclaba con la esperanza de recordar a un familiar que hubiese dejado este mundo.
Y brutalidad
Durante las celebraciones, los celtas practicaban varios rituales. Uno de los más básicos era apagar todos los fuegos que hubiese encendidos en las casas con dos objetivos. El primero era evitar que los espíritus errantes (los malvados) entrasen en las viviendas al considerarlas frías. El segundo, simbolizar la llegada de la estación «muerta» y oscura del año. De esta forma, los diferentes pueblos se quedaban totalmente a oscuras y solo eran iluminados por una cosa: las hogueras gigantescas que los druidas encendían en las colinas.
«Los druidas o clase sacerdotal celta encendían nuevos fuegos centrales en las colinas como símbolo del renacimiento de la Naturaleza y de la vida durante la noche de Samhain. En estos nuevos fuegos se quemaban principalmente ramas de roble, árbol sagrado para los celtas, y ofrendas de frutos, animales e incluso seres humanos. Al día siguiente en las cenizas y restos de huesos calcinados los druidas leían el futuro de la comunidad en el nuevo año que comenzaba», completa la doctora en historia en su obra
Druidas britanos
Estas fogatas eran encendidas con todo tipo de objetos que los jóvenes reunían en los días previos a la celebración. ¿Cómo lo hacían? Mediante una tradición que se mantiene en la actualidad: pidiendo materiales de casa en casa para la gran hoguera.
Los fuegos eran un elemento central de la celebración, pues se creía que con ellos se lograba espantar a los espíritus malignos que, enfadados por haber sido castigados por el dios de la muerte, se dedicaban a hacer tretas a los vivos. «La gente se ponía grotescas máscaras y danzaba alrededor de la gran fogata pretendiendo que eran perseguidos por los malos espíritus», completan los autores ingleses.
Con todo, las gigantescas fogatas y las máscaras no era lo único que primaba durante esta festividad. Además de todo ello, esta fiesta era considerada un momento propicio para pedir por los espíritus de los fallecidos y para practicar la magia y las artes adivinatorias. Esta última praxis era realizada por los druidas, quienes consideraban que podían averiguar el futuro usando vegetales… o sacrificando seres humanos a los dioses. Una barbaridad que, a día de hoy, ha caído en el olvido durante la noche de Halloween.
Adiós a Samagín
La barbarie de Samagín continuó hasta el siglo I d. C., cuando los romanos llegaron hasta Britania de manos de Claudio y sus legiones Augusta, Hispana, Gemina y Valeria Victrix. Después de pisar tierras isleñas, estos «civilizaron» la festividad erradicando los sacrificios humanos. En su lugar, cambiaron a los condenados por efigies. Posteriormente, y en un intento de romanizar todavía más la celebración, la cambiaron por el festival de Pomona (en honor de la diosa de las manzanas y el otoño). La fiesta aceptada, pero el pueblo jamás olvidó sus creencias.
Con el paso de los años, y usando como vía de entrada la civilización romana, la Iglesia Católica trató de dar una vuelta de tuerca más al festival para acabar definitivamente con las creencias celtas. Así fue como, en el año 610, el Papa Bonifacio IV instauró la fiesta de los «Mártires Cristianos» el 13 de mayo.
«Esta medida no tuvo mucho éxito, por lo que en el siglo VIII d.C. el Papa Gregorio III, implantó la fiesta de los Mártires Cristianos el día 1 de Noviembre, haciéndola coincidir de esta forma con la fecha de la celebración de Samhain, y más adelante, el Papa Gregorio IV amplió esta celebración a todos los santos del panteón cristiano», añade la experta. En esos años fue cuando se cambió el nombre del festival a «All Hallow’s Eve», término que derivaría posteriormente en el actual Halloween.