UNA VIDA…
Las noticias penosas siempre son rápidas en saberse, aún hasta para quienes, no somos partícipes directos del drama. Pero finalmente llegan y nos afectan.
La noticia de la muerte de una joven mujer, afectó a amigos quienes al proporcionar más detalles de los hechos, coincidieron en que el principal motivo de la muerte no habría sido otro que la drogadicción.
La joven muerta por añadidura, era de una notable belleza, que se estaba marchitando por los excesos con su cuerpo.
La primera reacción fue una profunda pena, a pesar de no saber quién era y por supuesto, sin saber su nombre.
Pero luego del impacto llegó la obra del Espíritu y entonces, lo que podría ser un trágico episodio más, se convirtió en algo que me afectó.
Muy fácilmente podríamos apartarnos del caso, con el argumento de la ignorancia total sobre quién era la víctima.
Pero sin embargo el Espíritu continuó su obra y de pronto descubrí que su propósito no es otro que analicemos cuál es nuestra responsabilidad…por esa muerte.
Confieso que me sorprendí cuando llegué a este interrogante: Cuál era mi parte de responsabilidad por la muerte de una joven y bella mujer?
Quizás en el mundo, se podría contestar con una rotunda negativa. Ninguna responsabilidad y entonces podríamos seguir viviendo con la misma frivolidad con que lo hacemos todos los días.
No cabe ninguna duda que en forma directa no tenemos responsabilidad alguna, pero si lo pensamos en profundidad, advertiremos como a través de algunos de nuestros comportamientos sí nos alcanza el Juicio.
Que hago por los demás?
Me preocupo cuando los veo en situaciones penosas?
Obviamente no hago nada.
Pero podría hacer?
Esta es la verdadera cuestión y en eso nos debe orientar el Espíritu para guiarnos a no ser indiferentes y sí a ser parte del drama cotidiano de quienes nos rodean.
Y hacerlo no es otra cosa que ORAR!
Eso fue lo primero que hice cuando conocí la tragedia de la joven. Clamé por su familia, por los desencuentros, por las disputas, por las amarguras, por los reproches.
En realidad esta es una de nuestras grandes misiones. ORAR sin pausa, este día y todos los días. A toda hora, en cualquier circunstancia y en cualquier lugar.
Pensemos que habrá personas que recibirán una oración, por una primera y única vez en su vida.
Oremos.
Diego Acosta