La mayoría de nosotros tal vez conozca a alguna persona que se precia de su terquedad, que se afana de ser dura de entender y dura de aprender aunque esté equivocada.
La Palabra de Dios en su infinita Sabiduría nos deja reflexiones que nos deben animar a no dejar de perseverar para buscar el buen Camino y evitar los desvíos y los atajos.
Por eso se nos enseña que no tenemos necesidad de ser uncidos o atados como los caballos y los mulos, por su falta de entendimiento. Se nos ha concedido la razón para que nos comportemos de otra manera.
Quienes deben ser uncidos como los caballos y los mulos, alegóricamente, deben ser sujetados con cabestro y freno, porque por sí mismos son incapaces de obedecer.
Podríamos decir como en Proverbios que la maldición nunca llegará sin causa, así como la vara estará dirigida a la espalda del necio y más aún cuando se vanagloria de su propia necedad.
Cuántos sinsabores, problemas y situaciones graves podríamos habernos evitado si hubiéramos sido capaces de abandonar nuestra terquedad, que se termina convirtiendo en pecado.
Rompamos con el pasado y con nuestra propia forma de ser, para liberarnos de la atadura de la terquedad, para que no persistamos en ser necios y alejarnos cada vez más del Señor.
Salmos 32:32:8-9
Diego Acosta García
Música: Neide Ferreira