Hace muchos años cuando era un joven lleno de ilusiones y de sueños de grandeza, caminando con mi padre vimos a uno de los hombres más ricos de la sencilla ciudad donde vivíamos.
Recuerdo que le dije: Mira quién viene… que hombre más rico y más importante. Mi padre respondió: Rico? Y de que le vale si cuando se muera no se podrá llevar nada en el cajón?
Aquel episodio no dejó de ser una simple anécdota entre un joven y su padre, preocupados como estábamos en solucionar problemas propios de toda familia.
Cuando pasó el tiempo comencé a pensar en aquello que me había dicho mi padre. Cuántas cosas había que hacer para ser rico… y ninguna de ellas garantizaba que lo pudiera conseguir.
De aquellos pensamientos de riqueza que en algún momento había tenido, pasé a trabajar solamente para lograr lo que la mayoría de las personas necesitan tener.
Mi padre anciano por ese tiempo me preguntó: Todavía deseas ser rico? Obviamente le contesté que no, que me parecía que no merecía la pena ser rico por el placer de ser rico.
Más importante eran para mis hijos que la riqueza.
Y todavía no sabía que la mayor riqueza para un hombre era encontrar a Jesús y recibir la Gracia de reconocerlo y aceptarlo como Señor!
Lucas 12:19-21
Diego Acosta García