Muchos de nosotros concebimos a la iglesia como un lugar donde se trabaja. La cuestión es preguntarse para quién trabajamos: Para el Señor o para nosotros mismos?
Esta concepción de la iglesia es más seria de lo que nos podamos imaginar, porque está relacionada con nuestras actitudes de “hacedores” no de la Palabra, sino para mostrar nuestra capacidad para “hacer”.
Así es como nos afanamos por lograr formar parte del grupo de personas que está continuamente haciendo o programando cosas y criticando a quienes supuestamente tienen una actitud pasiva.
Vamos transformando nuestra presencia en la iglesia en una forma de lograr notoriedad, porque somos los que presuntamente sostenemos sus actividades, especialmente las más llamativas.
Precisa el Señor de personas trabajando en su iglesia?
Esta pregunta es por demás urticante y puede generar respuestas controversiales. Dios precisa de hombres y mujeres fieles que cumplan lo que les manda.
Es decir: Detrás de cada trabajo que demanda la vida cotidiana de la iglesia debe haber un llamado preciso, concreto del Soberano. Caso contrario, simplemente estaremos trabajando para nuestra propia vanidad.
Puede que esta clase de afirmaciones desaliente a muchas personas. Pero lo que no debe aceptarse como bíblico, es que trabajar forme parte de nuestros objetivos para congregar.
Cuando tengamos la certeza de que debemos hacer lo que el Señor nos demande, entonces estaremos en el lugar cierto, en el momento cierto. Mientras tanto lo sensato será esperar con el oído atento para escuchar la voz de Dios!
Diego Acosta
Música: Neide Ferreira