Sin ninguna razón aparente, vino a mi memoria Judas Iscariote, el traidor más conocido por los hombres.
Cuando digo aparente, es porque en el fondo estoy sabiendo que es el Espíritu el que nos llama a reflexionar sobre determinados asuntos.
No sobre cualquier asunto, sino sobre uno que es especialmente relevante: La traición constituye uno de los actos más deleznables que podamos cometer los seres humanos.
Definición de traición: Falta que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener.
Cuando yo traiciono a alguien lo que estoy haciendo es quebrar la fidelidad que le debo. Podría suponerse que esa fidelidad es algo que el otro espera que yo tenga.
Y si estuviera equivocado y yo nunca tuve esa actitud de ser fiel? Lo mismo habría incurrido en una falta, porque esta situación la debí aclarar en su momento: Yo no soy fiel, yo no tengo razones para serte fiel.
Esta situación está estrechamente vinculada con la lealtad, que también es algo que otra persona pueda esperar de mí.
Y Judas?
Él violentó la fidelidad y la lealtad que le debía a Jesús. Y también a los discípulos con quienes había compartido muchos meses al lado del Mesías.
Cuando se convirtió en traidor?
Cuando dejó de ser fiel y de ser leal!
Esta inquietante cuestión que ha traído hasta mí el Espíritu, es perturbadora porque nos confronta con nuestra realidad personal.
Yo he sido traidor a Jesús?
Categóricamente no. Respuesta equivocada!
He sido traidor a Jesús cada vez que no he sido fiel o leal con mi prójimo. Las faltas a los demás, tienen como agravante que somos transgresores frente al propio Dios.
Habacuc 2:5
Diego Acosta / Neide Ferreira