A todos quienes hemos vivido la experiencia de viajar en avión y de sufrir las turbulencias que nos obligan a utilizar el cinturón de seguridad, nos resultará fácil comprender determinadas situaciones.
Hay tiempos de altibajos, tiempos de no comprender lo que está sucediendo con nosotros o a nuestro alrededor. Tiempos que nos obligan a utilizar el cinturón de seguridad.
Pero pensemos: Usamos el cinturón de seguridad, pero seguimos estando en el avión que está sometido a turbulencias a veces muy fuertes y seguimos en el medio de la tormenta.
La seguridad que nos otorga el cinturón es puramente física, puesto que impide que nos desplacemos hacia un lado o hacia otro, con el riesgo cierto de hacernos daño.
Es entonces cuando nos preguntamos: Un cinturón es la garantía de nuestra seguridad o es Dios con su Misericordia quién nos ayudará? La respuesta solamente la podrán dar quienes vivieron situaciones parecidas.
Los hombres damos seguridades propias de los hombres, limitadas a nuestras propias capacidades. No estamos diciendo que los aviones son inseguros. Estamos hablando de otra cosa.
En las turbulencias de nuestra vida recordemos siempre que nuestra confianza debe estar puesta en Dios y es a Él a quién debemos de clamar por su ayuda y su Misericordia.
Jeremías 17:7
Diego Acosta García