En algunas ocasiones es bueno recordar que todos los miembros de una congregación forman parte de un Cuerpo y ese Cuerpo no es otra cosa que la Iglesia del Señor.
Esta Verdad tan sencilla como irrefutable muchas parece ser olvidada por quienes teniendo una función en ese Cuerpo, se olvidan de la necesaria complementariedad de los demás miembros.
En los tiempos difíciles en los que nos toca vivir es imperioso que recuperemos el espíritu del Señor en nuestra Iglesia, para que todos seamos iguales, en el verdadero sentido de la palabra.
Muchos de los problemas que debe enfrentar la Iglesia se originan en que la congregación se ha convertido más en una organización mundana que en una organización espiritual.
La tristeza que produce esta afirmación nos debe hacer reflexionar acerca de la verdadera naturaleza de lo que significa ser una parte y de la necesaria y respetuosa relación con los demás.
Si no tenemos determinados privilegios o si no tenemos una determinada figuración, pareciera que no tenemos un lugar en la congregación, como si se tratara de sumar méritos para una carrera eclesiástica.
Pablo determinó cuáles son las aspiraciones legítimas que se deben de tener en la Iglesia para no perder ni el sentido ni la grandeza de su condición, que se basa en la humildad de cada uno de sus miembros.
Romanos 12:9-12
Diego Acosta García