CONGREGACIÓN
SÉPTIMO MILENIO
Caminando recientemente por una calle, advertí que había cambios importantes, pero no conseguía concretarlos a pesar de que conozco las señas de identidad que caracterizan mi ciudad.
Que estaba ocurriendo?
Luego de pensar bastante en la cuestión llegué a la conclusión que los cambios que apreciaba, no eran los de la ciudad, sino de los hombres y mujeres que la poblábamos.
En qué sentido?
La mayoría de nosotros estaba totalmente pendiente de sus artilugios tecnológicos, sujetos a utilizarlos en cualquier momento y en cualquier circunstancia.
La ciudad era la misma, cautivante e impactante, pero había muchas personas que no advertían en el lugar en el que se desenvolvían, cada uno atento a su actividad.
Incluso, lo más sorprendente era que también hacían lo mismo las personas que habían llegado para visitar la gran capital, para recordar su pasado y para disfrutar de su notable patrimonio cultural.
En esa complejidad de pensamientos, no acertaba todavía a distinguir lo que estaba ocurriendo. Si el escenario era el que conocía, por qué no era capaz de discernir el cambio que apreciaba?
Y llegué finalmente a la conclusión que todo lo que ocurría estaba relacionado con las personas, con los seres que como yo, se dirigían en todas las direcciones, cada cual con su historia personal.
Pero, haciendo un breve ejercicio de Memoria, podía advertir que siendo la ciudad casi la misma, los que habíamos cambiado éramos los hombres, que dejamos de ser los mismos, por causa de la forma en la que la tecnología domina y controla nuestras vidas.
Así como en un tiempo, cuando aparecieron las pilas para las radios y luego las imágenes de la televisión, todo cambió, ahora también ha cambiado solo que de una manera más rápida, más directa, mucho más personal.
Seguramente es lícito preguntarse por el hombre? Qué ha sido de nosotros? los que deberíamos pensar, razonar, debatir e incluso conversar exponiendo las ideas y pensamientos que dan razón a nuestra personalidad.
Y si es difícil encontrar al hombre, más difícil es encontrar a Dios en este torbellino tecnológico en el que vivimos. Pero ÉL, que sabe todas las cosas, también sabe que un día volveremos sus ojos hacia su Majestad y entonces nos reencontraremos como sus joyas de la Creación, que somos.
Diego Acosta / Neide Ferreira