CONGREGACIÓN
SÉPTIMO MILENIO
El sentido de pertenencia al país donde se nació, es una de las cuestiones más sorprendentes, porque esa actitud también la exhibimos quienes nos llamamos hijos de Dios.
El mundo ha asistido a múltiples conflictos, a enfrentamientos horrorosos con miles de vidas ofrendadas en el satánico altar del fanatismo nacionalista.
Todavía podemos advertir en muchas regiones del planeta como las amenazas de nuevos conflictos, revelan que las guerras por lo nacional se mantienen vivas, porque el orgullo de pertenecer sigue alimentando el odio en los corazones.
Nada nos puede sorprender más, como hay personas que con años de honroso servicio al Señor, aún mantienen en sus corazones la llama del amor hacia el lugar del mundo donde nacieron.
Y no solamente eso, sino que son auténticos militantes de un país y no tienen ninguna duda en exhibir esa situación, haciendo públicas sus posturas y enalteciendo sus símbolos nacionales en cuánta ocasión fuera posible.
Estas situaciones pueden sembrar muchas dudas en el ánimo de quienes son aún criaturas casi recién nacidas, por haber aceptado recientemente al Señor y que buscan referencias en las congregaciones a las que pertenecen.
Las dudas se originan en la contradicción que existe al afirmar que son discípulos de Jesús y a la vez declaran su profundo amor por el país en donde vieron la vida
Si me considero hijo de un país, obviamente no puedo afirmar que a su vez me siento ciudadano del Reino!
Las dos cosas a la vez no solamente se oponen sino que son abiertamente incompatibles. No se puede tener dos señores y no se puede ser bueno y malo, a la vez.
Estas reflexiones se originan en torno a duras discusiones que pude presenciar, cuando personas nacidas en un mismo país, oponían rivalidades políticas, cuando en realidad deberían haber perdido esa condición para declararse ciudadanos del Reino.
Tristemente comprobamos como el mundo ejerce su influencia sobre quienes nos declaramos hijos del Eterno!
Una influencia tan profunda que incluso afecta nuestra relación con el Creador, al seguir alimentando el fuego por la tierra donde un día nacimos y a la que le seguimos rindiendo culto.
Deberían preguntarse, como tantos de nosotros: Y el Reino…?
Diego Acosta / Neide Ferreira