Hace un tiempo un hermano anunciaba que estaba eufórico porque estaba recibiendo grandes bendiciones de Dios en su vida. Esto que decía era más que evidente con su forma de actuar, con su forma de hablar.
Pero ocurrió que no mucho después, lo encontramos con un gesto de abatimiento, sin aquella energía desbordante que había exhibido a causa de las bendiciones. Parecía otra persona, costaba trabajo asociarlo con su anterior estado.
Le preguntamos que le ocurría y nos respondió que de golpe todo aquello que provocaba su alegría se interrumpió y comenzaron los problemas. Uno tras otro y uno más serio que otro y no entendía por qué estaba sucediendo eso.
Con la mayor prudencia tratamos de analizar lo que estaba ocurriendo y poniendo de manifiesto que en esas circunstancias, lo último que debemos hacer rebelarnos contra el Señor y tratar de entender el para qué y no preguntar el por qué.
Tratamos que comprendiera que cuando recibimos bendiciones casi nunca nos preguntamos para qué o por qué. Nos alegramos con recibirlas y con eso nos conformamos. Si obramos así en la euforia, debemos obrar del mismo modo en la tristeza.
Si nos alegramos de los grandes momentos que nos brinda el Señor, por qué nos entristecemos cuando nos llegan las pruebas? Acaso no es del mismo Dios de donde provienen las dos cosas? No olvidemos que el Eterno es Soberano sobre nuestras vidas.
Y Él sabe como nadie que es lo mejor para nosotros, en cada tiempo!
Salmos 139:5
Diego Acosta
Música: Neide Ferreira