Algunas personas de notoriedad en la vida de la sociedad suelen destacar su condición de transgresores, poniendo de manifiesto su capacidad para decidir.
Resultan tan atractivas estas manifestaciones, que suelen causar un gran impacto en quienes viven esperando que sucedan cosas extraordinarias en su vida.
Es decir si otros pueden transgredir, por qué yo no puedo ser también un transgresor? Esta duda genera inquietud, incertidumbre y también una cierta ruptura con el pasado personal.
En este proceso de dudas y de admiración hacia ciertas personas, nos convertimos en transgresores cuando un día decidimos que las normas no son lo suficientemente importantes como para que las respetemos.
Si llegamos a esta conclusión habremos dado un gran paso hacia lo que significa no respetar ningún límite ni tampoco aceptar que nadie nos imponga condiciones.
Lo grave es que nos olvidamos que los humanos sí estamos obligados a cumplir con las normas que Dios ha establecido para cada uno de nosotros.
Vivir como transgresor supone un acto de rebeldía en contra de lo que es lo mejor para nuestra vida y esa actitud nos puede llevar a tener graves consecuencias espirituales.
Proverbios 3:1
Diego Acosta García