CUANDO LA DISCIPLINA DESTRUYE

CONGREGACIÓN

SÉPTIMO MILENIO

6 Le basta a tal persona esta reprensión hecha por muchos;7 así que, al contrario, vosotros más bien debéis perdonarle y consolarle, para que no sea consumido de demasiada tristeza.8 Por lo cual os ruego que confirméis el amor para con él. 2ª Corintios 2:6-8

En la iglesia en Corinto había una persona que había cometido un error. La disciplina es una herramienta efectiva para conseguir el fin de mejorar o de corregir hábitos perjudiciales, aunque tenemos que admitir que ésta tiene muy mala fama y se considera como una herramienta represiva e incluso se la utiliza de forma inadecuada, perdiendo así su efectividad. Por eso aquí, en este pasaje se hace necesario que Pablo corrija la severidad en el trato que había recibido esta persona. La razón es que toda corrección tiene como objetivo restaurar al caído y ayudarlo a volver a caminar de la manera adecuada y beneficiosa para él.
Existe en nosotros, sin embargo, la tendencia de acompañar nuestros esfuerzos por disciplinar con una buena dosis de ira o rencor. ¿Cuántas veces, como padres, hemos sido excesivamente duros con nuestros hijos, porque no actuamos en el momento indicado? Nuestra paciencia no fue paciencia sino negligencia, y permitió que se acumularan sentimientos de saciedad y rabia. Cuando llega el momento de corregir, lo usamos también para descargar todo nuestro disgusto sobre nuestro hijo. La presencia de estos elementos anula el beneficio de la disciplina porque utiliza un espíritu incorrecto.
De la misma manera, en otros ámbitos la disciplina frecuentemente es prolongada por un espíritu de dureza hacia el infractor. Se le somete a humillaciones innecesarias y muchos optan por tener el menor contacto posible con esa persona. No obstante, la disciplina es una experiencia sumamente positiva para la vida de los que anhelan un adecuado crecimiento como persona. Por medio de ella podemos ser corregidos y encaminados correctamente, y quisiera recordar que la vara que se le adjunta a un árbol plantado, no es para golpearlo, sino su propósito en marcarle una dirección y guía hacia un correcto crecimiento. También debemos admitir que es algo sumamente desagradable; no nos gusta ser disciplinados. Nos sentimos agredidos y nuestro orgullo inmediatamente comienza a florecer y tendemos a justificarnos. Nos puede producir tristeza y desconsuelo que, de prolongarse, podría tener repercusiones serias, dañando nuestro estado emocional, produciéndonos el efecto totalmente contrario al deseado. Sabiendo esto, Pablo anima a que no «cargue» con demasiada tristeza a la persona disciplinada. El deseo es que la persona no sea enterrada y hundida por nuestra actuación, porque la disciplina perdería su sentido.
Descubramos que nos mueve a corregir a alguien, llamarle la atención, disciplinarlo o amonestarlo, llámalo de la forma que quieras, pero antes de proceder seamos sinceros y preguntémonos que sentimos por esa persona, podremos determinar si en realidad deseamos que mejore en lo personal, que haga las cosas correctamente para su bienestar y el de todos o simplemente es un asunto de imposición, reconocimiento de autoridad y en el peor de los casos solo para humillar y satisfacción propia.
En lugar de esto Pablo anima a «reafirmar el amor» hacia el caído. El poder que más transforma la vida de otros es el que proviene del amor. La disciplina corrige, pero es el amor el que cala hondo en el corazón y lo abre a las experiencias transformadoras.

«El lugar más solitario del planeta es el corazón humano al que le falta el amor». Anónimo.

Pr. José Gilabert